
Es un hecho que uno nunca olvida el barrio donde nace y crece, donde ha sido feliz, ha encontrado sus verdaderos amigos y se ha descubierto a sí mismo. Por lo tanto, al lugar donde se ha sido feliz siempre se debe tratar de volver.
Dueño de un espacio privilegiado, de esos pocos que aún quedan todavía en esta urbe cada vez más urbanizada; el fresco olor de sus árboles, y su paisaje en general, transportan a otro mundo, a un mundo paralelo de una ciudad dentro de otra ciudad.
Acogiendo a propios y a extraños, el barrio Carlos E. Restrepo, siempre dispuesto a ofrecer su mejor cara: de la cultura, y con el Museo de Arte Moderno de Medellín, la Biblioteca Pública Piloto, librería, restaurantes, y una diversidad entre quienes la visitan que enriquecen el paisaje y le dan un aire propio y personal.
Cómplice de los mejores años de muchos universitarios, habituales del sector, no es sino visitarlo un viernes para poder apreciar de primera mano, el poder de atracción que tiene entre jóvenes y otros no tan jóvenes, y aunque pasen los años y pase la gente, su esencia y su espíritu, permanecen inmóviles como si no se detuviera el tiempo.
Hoy en día Carlos E. Restrepo es un lugar donde convergen cultura, academia, bohemia, pero para mí es mucho más que eso, son recuerdos, alegrías, tristezas, pero sobre todo es simplemente mi hogar.
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