
Contemplar el municipio de Bojayá, departamento del Chocó, es enfrentarse de entrada con una belleza enigmática, salvaje, rodeada de tupidas montañas y ríos efervescentes. Con una densidad topográfica, en la que sólo un buen explorador se le mediría, se percibe una energía tan singular como si las cosas transcurrieran en otro tiempo.
En sus calles, sus niños ríen descalzos mientras corren por los caminos destapados, saltando sobre los charcos que encuentran a cada paso, con la despreocupación propia de la inocencia y completamente ajenos a la realidad que les tocó vivir por el azar del destino.
Es un sábado de octubre y la belleza del amanecer, en esta tierra que parece de nadie, se empieza a reflejar en todo su esplendor sobre el Atrato. Sin embargo, para Bienvenido Mosquera, es una día cualquiera, no hay descanso, debe luchar incesantemente para sobrevivir y llevar el sustento a los suyos.
Reviviendo el pasado
Pescador de oficio, Bienvenido es dueño de un nombre que invita al diálogo. De tez morena, alto y fornido, su mirada disipada, atesora duros recuerdos de los que preferiría no tener que hablar, pero es consciente que si comparte su experiencia con otros, crece la oportunidad de que una historia como la suya no quede en el olvido.
Bajo un sol inclemente típico de la geografía chocoana, y montado ya en su balsa, comienza a rememorar los hechos de ese fatídico 2 de mayo de 2002, día en que estuvo al filo de la muerte, en el que perdió a dos hermanos, a un tío y a una sobrina, producto del enfrentamiento entre los miembros del bloque 58 del grupo guerrillero de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) y paramilitares de la AUC.

“Los combates se iniciaron unos días antes, en zonas rurales de Vigía del Fuerte, pero nunca imaginamos que fueran a llegar hasta aquí”, recuerda. “Por esa razón, todo el mundo continuó con su vida normal, hasta que ese martes, finalizando la mañana, aparecieron unos encapuchados camuflados y armados por la plaza del pueblo”.
“A partir de ese momento la gente se asustó y comenzó a buscar resguardo en los lugares más seguros: la iglesia, la casa cural y la de las monjitas”. Fue así como Bienvenido junto con su esposa Rosalba, y su pequeña hija de apenas un mes de nacida, se movilizaron rápidamente en medio del estruendo de disparos aislados, y fueron a parar a la casa de las Misioneras Agustinas.
Una hora después un cilindro bomba impactaba el techo de la iglesia y estallaba en su interior dejando muertos y heridos por doquier, todos ellos civiles ajenos a una guerra absurda que sólo dejaba miseria y destrucción por donde pasaba. “Cuando explotó la bomba, nos quedamos paralizados por el ruido tan horrible, sabíamos que algo grave había pasado muy cerquita de donde estábamos, pero no podíamos salir a la calle porque era muy peligroso, lo único que hicimos fue rezar”, expresa Bienvenido con un dolor tan profundo de esos que le cortan la respiración.
Cerca a la media noche, cesaron las bombas y disparos, el flujo de energía eléctrica estaba cortado y un silencio sepulcral reinaba por todo el lugar. Fue ya entrada en la madrugada cuando por fin se decidieron a salir, y con dificultad, observaron que de su pueblo poco o nada quedaba. “El panorama era de destrucción y muerte por donde se le mirara, y por la oscuridad, era imposible buscar a alguien”, cuenta. No fue sino hasta que aparecieron las primeras luces del alba, que llegó el personal de la fuerza pública y se comenzaron a hacer los levantamientos de cuerpos y escombros, los cuales duraron un par de semanas.
Una segunda oportunidad
En total fueron 97 las personas muertas, y el sepelio de las mismas, sólo pudo llevarse a cabo diez días después de lo ocurrido. “Los combates continuaban en las zonas cercanas y sólo hasta cuando el ejército pudo controlar la zona, pararon los enfrentamientos”.
Fueron los habitantes de Boyajá, con la escasa ayuda del gobierno y mucho tesón, quienes reconstruyeron lo que en un instante fue borrado por los violentos, a sabiendas que el bien más preciado del que gozaban, era el haber sobrevivido.
Bienvenido perdió varios miembros de su familia, los que se encontraban en la iglesia, y junto con ellos se fue gran parte de su alegría y candor. Ahora, siete años después de aquella tragedia, junto con su esposa e hijos, trata de olvidar aquel dramático día, trabajando duro para mejorar su destino, en la tierra que lo vio nacer y en la que espera, llegado el momento, poder morir de una manera digna.
CIBERGRAFÍA
. El Colombiano, “niños del conflicto”, consultado el 1 de octubre de 2009,http://www.elcolombiano.com/proyectos/fotografos/jesus_abad.htm
Fotos extraídas el 2 de octubre de 2009 de :
· Periodismo + derechos humanos, “Yo enfoco con el ojo izquierdo porque está más cerca del corazón”, consulta realizada el 1 de octubre de 2009, http://www.pmasdh.com/2009/05/yo-enfoco-con-el-ojo-izquierdo-porque-esta-mas-cerca-del-corazon/
· Wikipedia, “masacre bojayá”, consulta realizada el 2 de octubre de 2009, http://es.wikipedia.org/wiki/Masacre_de_Bojay%C3%A1
· Fotografía Jesús Abad Colorado, consulta realizada el 2 de octubre de 2009, www.m3lab.info/.../files/image/Jesus%20Abad.jpg Jesús Abad Colorado, Comunicador Social y Periodista Universidad de Antioquia, Reportero gráfico del periódico EL COLOMBIANO
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