martes, 13 de octubre de 2009

BLANQUITA, DE POCA LUCHA NADA DE NADA

PERFIL A la misma edad en que la mayoría de sus compañeros sueñan con alcanzar una jubilación, Blanca Lía Zea Espinosa, tiene claro que es mejor pensar en el presente y dejarle el futuro al destino. No en vano, ha trabajado duro desde hace más de veinte años en trabajos de oficios varios, y de ellos, los últimos 4 han sido dedicados a la Facultad de Odontología de la Universidad de Antioquia como contratista de la empresa Aseo y Mantenimiento A&S.
‘Blanquita’ como es llamada cariñosamente, nació en la ciudad de Medellín, un día de enero, de un año que se negó a revelar, en el hogar de Marco Tulio Zea y María Bernarda Espinosa, oriundos de Segovia y Angostura. Es la menor de ocho hijos, le sobreviven dos hermanos, los otros cinco fallecieron hace varios años.

Creció en el barrio Manrique central, el cual habita todavía en una casa arrendada junto a su mamá y una sobrina con dos hijos. Blanquita no terminó el colegio, sólo hizo hasta segundo de bachillerato, porque “con tantos hijos que alimentar, no había plata en la casa”; sin embargo, tuvo una infancia feliz, pese a la muerte prematura de su padre, humilde sí, pero nunca faltó amor.
Desde pequeña siempre fue autosuficiente, por eso siendo todavía muy joven empezó a trabajar en lo que le resultara, eso sí “dignamente”, recalca. Ha pasado por distintos empleos, pero considera que la Facultad de Odontología y su ambiente en general, tienen algo especial. Soltera y sin hijos, para ella, ésta comunidad se ha convertido en su segunda familia, “donde lo tratan a uno con cariño y con respeto, uno se siente bien”, dice.

Esta trigueña, de figura menuda, que no alcanza ni el 1.50 de estatura se le mide a todo sin pereza, su rutina cada día es la misma, se levanta temprano para llegar con tiempo al trabajo, a las 6 de la mañana empieza sus labores, se pone su uniforme, toma un balde, sus guantes, los jabones y finalmente un trapero, para disponerse a arreglar los baños del primer piso, la mayoría usados por el personal administrativo.

No reniega nunca de su trabajo, de hecho, prefiere encargarse de los baños, admitiendo que aunque son “muy desagradecidos, especialmente, por el desaseo de las personas que no los sueltan o tiran los papeles al piso ”, los prefiere porque tiene más libertad, “uno los va haciendo a su ritmo, pero las oficinas deben estar listas a una hora fija, además la gente estresa más porque hay que estar pendiente que no se pierda nada, cuando se pierde algo, eso a mí si me pone maluca, así sea una bobada de 100 pesos me incomodo mucho, mientras que con los baños, uno los cierra, nadie entra, se hace el trabajo sin interrupciones, sin bregar a nadie y listo ”.
Respetuosa con quienes comparte su cotidianidad laboral, cuenta con grandes amigos, gozando de un enorme aprecio por parte del estudiantado y el grupo de docentes, quienes le celebran todas sus gracias y ocurrencias, “todo el mundo tiene que ver con ella”, dice Marcia Muñoz, una de sus compañeras, “mantiene a todos los hombres enamorados diciéndoles que son lo más lindo del mundo”, agrega.

Con un caminar despreocupado, no es extraño verla tarareando una canción por los corredores de la institución, ensimismada en su propio mundo o piropeando a cuanto muchacho se le cruza por el camino, eso y algunas otras cosas más, le han valido el apodo de “poca lucha”, porque según algunos profesores vive “más bien descansadita, desde hace 4 años tiene la misma escoba”, a lo que ella responde en medio de una carcajada, “es que yo soy muy cuidadosa con mis implementos de trabajo”.

Pero lo que en verdad mueve a Blanquita, es una genuina preocupación por los niños más desvalidos, y si algo no soporta en el mundo es a las mamás que maltratan a sus hijos “yo con eso no estoy de acuerdo, que tristeza..., yo con eso si he llorado”, expresa. Pero el gran amor de su vida, es indudablemente su mamá María Bernarda de 86 años, a quien reconoce como el ser más influyente de su existencia, “mi mamá fue quien me trajo al mundo.”

Hoy, conserva el mismo espíritu alegre y jovial de aquella joven que se le midió a todo cuando no tuvo más remedio que trabajar. Pero como todos, aún tiene sueños, por eso su aspiración en la vida es “que mi Dios me de una casita propia, porque pedir un marido a estas alturas ¡Ayyy no!”

Fotos tomadas por Carolina Estrada Mesa

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