Nos pasamos deambulando la vida como zombies, absortos en nosotros mismos, interesados exclusivamente en una egoísta existencia. Pero de cuando en cuando escuchamos acontecimientos que nos sacuden, de esos que ponen los pelos de punta, que son casi irreales, porque nos sacan de la cómoda realidad.
Luego nos preguntamos como somos capaces de hacerle lo impensable a otros, y procedemos a comentar al respecto con la persona de turno; y es que claro, hay que tratar el tema de moda, arreglar el mundo de manera figurada, por supuesto, y luego de 5, 10 ,15 minutos, o el tiempo que consideremos necesario, pasamos la página y volvemos a nuestra rutina como si nada.
Creemos que lo malo le pasa a los otros, nunca a nosotros, porque nos sentimos inmunes a las desgracias hasta que éstas tocan nuestra puerta, y cuando llegan, comenzamos automáticamente a engrosar la lista de estadísticas convirtiéndonos una cifra, un número más.
Y es que la deshumanización de los seres humanos no es un tema de una película de ficción, no. Solamente con observar como vivimos nuestra vida cotidiana es suficiente; los que vivimos en edificios escasamente sabemos quien es el vecino del lado, o cuando asesinan alguien, ese muerto se convierte en un potencial sospechoso porque “quien sabe que hizo o que enemigos tenía”.
Somos una sociedad fragmentada, cuyo lema es: Que yo me salve aunque el otro se muera. Para unos simplemente es un sistema de defensa que permite ser menos vulnerable y evadir en una forma eficaz la realidad que nos aqueja; para otros, es producto del desgaste de los valores, que no son más que palabras sin significado.
La cosa en definitiva, no pinta nada bien; y yo por mi parte ya adopté una postura, ¿y usted?
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