Para evitar que mi cuerpo dolorido y maltrecho pasara la noche a la intemperie, Pedro, mi criado, se atrevió a perpetrar el castillo, era majestuoso pero frío a la vez y al parecer estaba abandonado desde no hace mucho.
Nos instalamos en una habitación modesta y pequeña, la cual estaba colmada de adornos lujosos algo viejos y gastados para la época, las paredes estaban abarrotadas de pinturas que llamaron mi atención, y junto a una almohada cercana encontré un libro con contenía una reseña de cada obra que allí habitaba.
Pedro encendió un candelabro que me permitía contemplar las pinturas, y en lugar de dormir, pasé horas enteras leyendo las descripciones consignadas en el libro con gran devoción. Pero la luz era todavía insuficiente, así que moví el candelero buscando un mejor ángulo, y fue en aquel preciso momento que los nervios me traicionaron; allí estaba ella, joven, dócil y serena, y con mi corazón acelerado por la fascinación y el temor, fije profundamente mi mirada en aquel cuadro ovalado, con marco de oro y estilo arabesco del que no me había percatado. Cerré mis ojos para repasar lo visto, no entendía porque aquella imagen me producía tanta excitación, rápidamente busque en el libro página por página, la historia de aquel cuadro y poder descubrir quien era la mujer misteriosa que me acompañaba:
“Esta doncella de belleza sin igual, era radiante y alegre, se casó con su gran amor, un pintor de profesión. Él, un prominente artista, llevaba el arte en sus venas y la pintura era su verdadera pasión. Ella, llena siempre de risas, lo amaba enormemente pero sabia bien que ésta entusiasmo era su rival. Un día el pintor integró sus dos pasiones y decidió homenajear a su mujer pintándola en uno de sus cuadros, ella temerosa pero obediente accedió a posar día tras día sin queja alguna. Él exaltado se perdió en su obra sin reparar siquiera que por cada pincelada que daba, la joven doncella se consumía lentamente, y en la recta final, se encerró en la torre días y noche y no permitió que ni curiosos ni sirvientes lo distanciaran de su fin, para ese entonces ya no contemplaba el rostro de su dama. Luego de dar los últimos pincelazos, observó espantado su creación y exclamó “esta es la vida misma”, pero al buscar con que sus ojos se encontraran con los de su amada, era demasiado tarde: ¡estaba muerta!”
Imagen extraída de la página http://www.la2revelacion.com/imagenesnews/elretratooval.jpg
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